Un poema de Lisímaco Chavarría
Mi madre
Cabe la sombra apacible
de unos frondosos naranjos,
en una casita alegre,
allá en un pueblo apartado,
en donde riman las aves
en las mañanas sus cantos,
en donde pasan las brisas
eternamente charlando,
en donde la Vida triunfa,
en donde triunfa el Trabajo,
habita un alma tranquila
de sentimientos cristianos,
tan pura cual los cristales
de los dormidos remansos,
como el plumón de las garzas
como el armiño más albo;
ella fue la que en un tiempo
con sus ternuras y halagos,
con sus caricias de madre,
llenas de amor y de encantos,
aquellas horas de infancia,
aquellos primeros años,
supo hacerme más felices,
hacerme supo más plácidos.
Hoy que la suerte me arroja
de sirte en sirte, abrumado,
y de peligro en peligro,
y de peñasco en peñasco,
distante de sus miradas,
muy lejos de sus cuidados,
cuando el pesar me atormenta
en mis momentos aciagos,
en mis horas intranquilas
tan llenas de desengaños,
en mi camino aparece
y huyen de mí los quebrantos
como una banda de cuervos,
como una banda de grajos;
aparece en mi camino
y me brinda con halagos,
con las caricias de madre,
tan puras, tan sin engaños
¡que nadie puede menguarlas,
que nadie puede robarnos!
¡Madre!
El tiempo asaz severo
sobre tu faz ha trazado
largas huellas que me dicen
el triunfo de tus trabajos,
tus reflexiones profundas,
tus sinsabores pasados;
en tus pupilas, tan negras,
yo descifro hondos arcanos,
como descifra el arqueólogo,
como descifran los sabios,
en una leyenda rúnica,
secretos de lo pasado,
y con su fabla elocuente
dices poemas y cantos
de indefinibles ternuras,
de sentimientos innatos.
En tus ojos, ¡madre mía!
Dios puso dos océanos
de dulzuras inefables
y de inefables halagos,
siempre serenos y puros,
siempre serenos y mansos.
¡Cuántas ternuras irradian,
cómo fulguran tus astros!
¡Poetas huérfanos, solos,
por el dolor torturados,
por los pesares heridos,
os compadezco y os amo!
Una madre cariñosa
me brinda aún con halagos,
con las caricias de madre,
tan puras, tan sin engaños,
¡que nadie puede menguarlas,
que nadie puede robarnos!
Os compadezco, poetas,
os compadezco y os amo,
vosotros vais por el mundo
sin la grandeza que alabo,
sin la grandeza que tengo
allá en un pueblo apartado,
cabe la sombra apacible
de unos frondosos naranjos,
en donde las aves riman
en las mañanas sus cantos,
en donde las brisas pasan
eternamente charlando,
en donde triunfa la Vida,
en donde triunfa el Trabajo.
Para ella todos los lises,
para ella todos los nardos,
el brillo de las auroras
y el más viril de mis cantos.
Fuente:
Chavarría, L. (2014). Poesía. En F. A. Rodríguez Cascante (Comp.), Lisímaco Chavarría, antología: poesía, narrativa y ensayo (pp. 79–81). Editorial Costa Rica: Editorial de la Universidad de Costa Rica.
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