Una leyenda sobre las Cicracas

 

Ilustración: Anónimo. (1966). [Ilustración para "Brujería"]. En R. A. Rodríguez Gutiérrez, Cuentos y leyendas costarricenses (2a ed., p. 116). Tormo.


UNA VEZ EN CAÑAS LAS CICRACAS DESAPARECIERON LA TERNERADA DE UNA FINCA

Es un cuento de Rafael Armando Rodríguez Gutiérrez, escrito con sumo gusto para el distinguido caballero, Lic. don Nelson Chacón Pacheco.

 

Resumen

Según Don Narciso Gómez, allá por el año de 1890, la ternerada de Cañas desapareció de manera misteriosa y por más que la buscaron no la encontraron; este fenómeno se repitió algún tiempo después y se le atribuyó a las Cicracas:

En la mitología lugareña se asegura que las Cicracas son viejas brujas que viéndose a punto de morir usan su química en su persona y por arte de encantamiento logran evitar la muerte, pero eso sí, perdiendo sus formas humanas. Dan gritos espantosos cuando van volando de un lugar a otro y son enemigas mortales de los duendes, a los cuales persiguen terriblemente para devorarlos. En su creencia, suponen que de esta manera logran sobrevivir cien años más. Como son miopes, su visión de las cosas es toda verde. Pues sepan ustedes que el color verde es el color de todos los fantasmas y he allí el motivo por el cual se hacen acompañar de las cicindelas, que con su foquito verde les alumbran el camino. Los más doctos en estas cosas y los montañeses aseguran que los duendes a veces logran engañarlas y entonces las cicracas bajan de las montañas más altas y roban la ternerada de una hacienda o de una finca para saciar sus hambres espantosas. Es creencia que de esta manera, bebiendo la sangre de sus víctimas logran alargar un poco sus días. Los terneros nunca aparecen o si acaso sus "cacastes" (carcasas) pero muy lejos de los sitios del robo.

 

Historia completa

Introducción

— Pero eso don Chicho, es un monumento de mentiras...

— Ni a Juan Tonto que contara su relato se lo creería.

— Pues así está escrito en el libro de esplendor de la vida. Y digan lo que digan y protesten, que para eso les dejo el derecho del berreo, este caso es cierto. Tan cierto, que de otra manera nunca se los hubiera contado. Es tan cierto como me llamo Narciso Gómez, hijo natural de la Mercedes Gómez, cañero por los cuatro costados, sabanero por más señas y criado desde muy güila en esta finca. Y no les neceo más.

 

Mi entrada a la tertulia de esa tarde fue providencial por lo oportuna con el suceso. Habiendo amarrado mi caballo frente al portalón de la casona, el dueño envió un muchacho para que me lo desensillara y condujera al potrero, que estaba a unos cincuenta metros más allá del patio de la finca.

Sobre los parasales inmensos, cuesta arriba y cuesta abajo, hasta el confín del predio, sobre la curvilínea del horizonte impreciso, los últimos rayos del sol de la tarde ponían un toque de solemnidad sobre la techumbre de las casas, sobre la arboleda, sobre las reses, sobre las cosas.

Debajo de un frondoso palo de Guanacaste, hasta donde se alargaban el corredor de la casona, el comedor y la cocina de la peonada, estaba descansando el patrón sobre un butacón de cuero con varios peones agrícolas, sentados sobre la enorme raíz de un árbol. Como a su lado estaba desocupado otro de los butacones me senté yo, impaciente por escuchar los cuentos de ñor Chicho, un octogenario dicharachero, sentencioso, de gran imaginación y todavía fuerte para su edad.

Cerrada la interrupción ocasionada con mi presencia, continúa la charla y el Mandador comenta maliciosamente:

"¡Oh, este ñor Chicho Gómez con su fantasía! Pero en realidad debemos estarle agradecidos, porque gracias a su contadera de absurdos que él llama graciosamente "mis aconteceres", nuestras tertulias resultan más divertidas."

El amo de esas tierras labrantías toma entonces el hilo de la conversación y le dice a don Chicho:

"A ver, cuéntese otro acontecer de su vida. Relátele a nuestro visitante aquel cuento de camino de las Cicracas que desaparecían la ternerada de una finca." 

El viejito no se hace rogar. Le da varias chupadas a la pipa, le escarba con el pulgar la ceniza y con gran solemnidad da comienzo a su historia de la siguiente manera: 

 

La leyenda

"Debo advertir que este cuento no es un cuento, y que es una" talla" muy vieja que viene de la época de mi niñez. Era allá por el 1890. Mi madre era la cocinera de la hacienda Paso Hondo, cuando esa gran finca pertenecía a don Nicolás Oreamuno de Cartago. Recuerdo que a su vera estaban las fincas: "Loma Escondida" de don Margarito Gallo, y "Jabillo", de don Trinidad Cerdas.

Entonces la villa de Las Cañas se la conocía también por El Escarbadero, y no pasaba de ser sino un lugar de pocas viviendas alrededor de una plaza con un templo católico de pobre presentación.

Pues verá señor, que el asunto dio mucho que hablar durante muchos años. Resulta que por la simple cuestión de unos linderos mal diseñados; por unas cercas que en la obscuridad de la noche fueron corridas, don Margarito Gallo y don Trinidad Cerdas dieron en ser enemigos mortales.

Más rico don Margarito Gallo, solía exportar de la región una gran cantidad de queso bien ahumado a los mercados de Puntarenas y Alajuela, en tanto que don Trinidad dedicaba sus mejores empeños a la crianza de ganado de carne, por lo que la ternerada solía amamantarse en las propias llanadas. Para cada final de invierno verificaba un rodeo a fin de parar el ganado desparramado y proceder a la fierra, para apartar los animales destinados a la venta.

Y así iban pasando los años. Pero un día aciago, por el mes de diciembre, dieron en aparecer por la región una gran cantidad de cicindelas, a tal punto, que el espectáculo no podía ser más grato y novedoso. Las luciérnagas cundían por todas partes. Pero como sucede todo en este mundo, pasada la diversión de los primeros días, la gente comenzó a molestarse con el animalito y a cerrarle las puertas desde muy temprano de la tarde. Además, alguien recordó aquel antiguo refrán que dice: "Por donde ha de ir la cicindela que la Cicraca no vaya detrás". 

Y debo recordarles a "los circunstantes" que la gente de entonces era muy supersticiosa y la Cicraca en la mente del pueblo tico es un personaje funesto cuya presencia en toda región siempre trae infortunio. De este miedo a lo desconocido que no se ve, pero se huele en el viento como una pasada, vino el pánico y no faltaron los rezos, el agua bendita, los sermones del tata cura, los amuletos, los talismanes y cuanto se conoce de bueno para el maleficio desde que el mundo es mundo.

Y llegó lo inevitable. El suceso desgraciado. Me contaba mi mamá, del susto que se llevó tío Remigio que era el mandador de la finca Jabillo, cuando con sus peones llegó a los sitios acostumbrados y no encontró un solo ternero en toda la contornada.

Inmediatamente asustado dio grupas y ya podrán ustedes suponer cuál fue el susto que se llevó también Trinidad Cerdas cuando mi tío le pasó el notición y le agregó de su cuenta: lo curioso don Trino, es que las vacas madres no parecen alarmadas por la ausencia prolongada de las crías y esto es lo que me intriga.

El cuento llegó hasta la villa de Las Cañas, maravillando a las gentes y a las autoridades y todo mundo dio en pensar que en el amo de Loma Escondida estuviera la contestación y para allá y donde otros finqueros fueron las autoridades. Pero no, Don Margarito Gallo era inocente y también los otros. El Jefe Político Departamental y doce montados anduvieron más de trescientas manzanas de tierra durante quince días sin encontrar ni rastros. ¡Aquello era inaudito! Y el suceso funesto le fue achacado a las Cicracas.

En la mitología lugareña se asegura que las Cicracas son viejas brujas que viéndose a punto de morir usan su química en su persona y por arte de encantamiento logran evitar la muerte, pero eso sí, perdiendo sus formas humanas. Dan gritos espantosos cuando van volando de un lugar a otro y son enemigas mortales de los duendes, a los cuales persiguen terriblemente para devorarlos. En su creencia, suponen que de esta manera logran sobrevivir cien años más. Como son miopes, su visión de las cosas es toda verde. Pues sepan ustedes que el color verde es el color de todos los fantasmas y he allí el motivo por el cual se hacen acompañar de las cicindelas, que con su foquito verde les alumbran el camino. Los más doctos en estas cosas y los montañeses aseguran que los duendes a veces logran engañarlas y entonces las cicracas bajan de las montañas más altas y roban la ternerada de una hacienda o de una finca para saciar sus hambres espantosas. Es creencia que de esta manera, bebiendo la sangre de sus víctimas logran alargar un poco sus días. Los terneros nunca aparecen o si acaso sus “cacastes” (carcasas) pero muy lejos de los sitios del robo.

Y hecha esta explicación sigo con mi acontecer. Los terneros nunca aparecieron y se estaba olvidando el caso, cuando se vino una repetición, pero esta vez fue en el hato de Loma Escondida. Nadie descansó durante un mes. Las autoridades lo registraron todo y nada, y como las cicindelas con su foquito verde andaban por todas partes, ya a nadie le cupo duda y le volvieron a echar la culpa a las Cicracas. 

¿En realidad, que fue lo que pasó? ¡Vaya usted a saberlo! Lo cierto es que nunca aparecieron los terneros y el misterio sigue en pie y ahí está, pese a los muchos años transcurridos. Nadie ha podido descifrarlo. Por mi parte, yo no juego con lo sobrenatural y prefiero quedarme como estoy y santas pascuas sea dicho.

 

El ancianito había terminado. De pronto el patrón exclamó:

"¡Oh, don Chicho y su sartal de mentiras!" 

Pero la respuesta no se hizo esperar: “

Digan lo que digan este caso es cierto, tan cierto como que me llamo Narciso Gómez, hijo natural de la Mercedes Gómez, cañero por los cuatro costados, sabanero por más señas y criado desde muy güila en esta Hacienda.

Y no les neceo más. Les dejo porque tengo sueño y que mañana mi patroncito y los demás tengan sus mercedes un grato despertar.”

 

El viejito se levantó, bostezó tres veces y cojeando de una pierna se dirigió a su aposento, todo triunfante, porque nos había dejado todos intrigados con el final de su cuento. (Rodríguez, 1966) 


Nota:

Cabe mencionar que en la edición del 8 de marzo de 1925 del "Diario de Costa Rica", en el artículo "DE DOMINGO A DOMINGO", en el intertítulo "Crisis aguda", se lee lo siguiente:

"Ustedes han oído alguna vez hablar de Cicraca? Cicraca es una cosa que no se sabe cómo es, ni donde nació, ni cuál es su nombre verdadero: es decir, resulta como Flor de Té. La cuestión es que cuando a uno lo han dado a la porra o se lo han llevado los diablos, atenúa la expresión y dice: me llevó Cicraca. Con esta explicación ya ustedes pueden darse una idea exacta de lo que significa la agradable y manoseada palabreja."

Esto confirma la existencia del término como parte del léxico local.


Fuentes:

Anónimo. (1925, 8 de marzo). DE DOMINGO A DOMINGO. Diario de Costa Rica, p. 7. https://www.sinabi.go.cr/ver//biblioteca%20digital/periodicos/diario%20de%20costa%20rica/diario%20de%20costa%20rica%201925/ch-8%20de%20marzo.pdf

Rodríguez Gutiérrez, R. A. (1966). Una vez en Cañas las Cicracas desaparecieron la ternerada de una finca. En Cuentos y leyendas costarricenses (2a ed., pp. 131-134). Tormo.


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