Amando Obando Jiménez (1902-1926)

 


Universidad de Costa Rica. (2014, septiembre 9). [Imagen de Facebook]. Recuperado de https://www.facebook.com/photo/?fbid=764932486878621&set=a.118765631495313&tn=%2CO*F


Talentoso pianista y compositor nacido en Cartago con el siglo XX, cuya vida fue tan intensa como breve, falleciendo a los 24 años en su ciudad natal [1a, 2, 4].


Amando pertenecía a una familia de artistas [1a]; su padre, José Obando Fonseca, también compuso piezas como el pasillo Emilia y el Vals Jota: vivan los músicos [5].


Quienes lo conocieron dicen que fue un artista autodidacta, un "milagro de tenacidad" que, según sus contemporáneos, alcanzó una destreza extraordinaria en el piano y la composición [1a] a pesar de las carencias materiales y económicas. Juan de Dios Trejos S. incluso llegó a compararlo con compositores del peso de Liszt y Rachmaninov [2, 5].


Su dedicación era tal que pasaba horas interminables frente a su instrumento, un piano viejo que desarmaba para estudiar su mecanismo; se le veía siempre vestido de negro, con una melena romántica y una gran corbata de crespón. A pesar de su genio, Amando Obando era un hombre de voluntad reservada; rehuía tocar en público por su búsqueda de una perfección casi absoluta. No le interesaba el aplauso de un público que, a su parecer, solo comprendía la música ligera. Su biblioteca musical, adquirida directamente de casas editoras, reflejaba su amor por lo clásico y su rechazo a lo vulgar [1a].


Sorprendentemente, a pesar de su desdén por la música frívola como el Foxtrot, llegó a componer uno, así como una danza one step [5].


Una anécdota notable, que revela su impacto, es el regalo de un excelente piano por parte de Beatriz Zamora, quien fuera Primera Dama de Costa Rica durante el último mandato de Ricardo Jiménez Oreamuno. Amando, un pianista pobre sin instrumento propio, correspondió tocando durante doce horas seguidas, desbordante de gratitud [3].


En cuando a su obra, su "Melodía del Silencio" es destacada por su complejidad técnica, involucrando una solución constante de arpegios en la mano izquierda de principio a fin. Sus piezas Couplet y Vals están originalmente pensadas como obras sueltas, aunque su sobrino bisnieto, Alonso Saavedra Coles, las interpreta juntas en el recital por sentir que "calzan bien". Según su familia, el "Vals Patético" es una de sus mejores composiciones [5].


La temprana muerte de Amando, atribuida a su incansable dedicación al estudio, fue considerada una gran pérdida para el panorama artístico nacional, ya que se le describe como "un hombre lleno de ideales" y "un verdadero haz de esperanzas para nuestro futuro artístico" [1a].


Afortunadamente, las partituras de sus composiciones fueron preservadas por Eugenia Obando [5], y de hecho, el 5 de julio de 1964, el Vals Patético, interpretado por Marco Antonio Obando, hermano de Amando, fue presentado en la Sala de Conciertos Tasara, "...con motivo de un programa extraordinario, que ofrecieron profesores y y alumnos de música del curso preparatorio de la reforma de la educación musical en la enseñanza media" [1b].


Las partituras han llegado hasta nuestros días, y el 9 de septiembre de 2014, la Escuela de Artes Musicales ofreció un recital en el que piezas de Amando fueron interpretadas por Alonso [5].


Amando Obando Jiménez es una figura que, aunque "poco conocida" en su momento (artísticamente hablando), dejó una huella profunda en quienes lo conocieron, siendo considerado en su época parte del "barullo efervescente de nuestro movimiento artístico" y merecedor de un "olvido grandioso" que el tiempo nos permite ahora empezar a desvelar [1a, 2]. Su figura fue recordada por Juan de Dios Trejos S. en el artículo "La Efigie de Amando"*, publicado en el periódico La Nación el 1 de noviembre de 1964 [5] y recopilado en la obra de Molina.

Pueden escuchar la obra de Amando y José Obando en el siguiente enlace: Recital conferencia: Amando Obando Jiménez - Música para piano de principios del siglo XX


Fuentes:


1a. Diario de Costa Rica, edición del 26 de noviembre de 1926, página 2. Disponible en: https://www.sinabi.go.cr/biblioteca%20digital/periodicos/diario%20de%20costa%20rica/diario%20de%20costa%20rica%201926/kv-Diario%20de%20Costa%20Rica_26%20nov_1926.pdf


1b. Diario de Costa Rica, edición del 7 de febrero de 1964, página 15. Disponible en: https://www.sinabi.go.cr/ver//biblioteca%20digital/periodicos/diario%20de%20costa%20rica/diario%20de%20costa%20rica%201964/DIARIO%20DE%20COSTA%20RICA_%207%20FEB%201964.pdf


2. Molina Siverio, J. (1998). Anales de Cartago: barrios, episodios, personajes e instituciones, p. 67. Costa Rica: Editorial Cultural Cartaginesa.


3. Chacón, G. (2013). Tradiciones costarricenses. Costa Rica: Editorial Costa Rica.


4. Barahona, L. (2013). Lo real y lo imaginario. Ensayos literarios. Costa Rica: Editorial Costa Rica.


5. Artes Musicales UCR. (2014, septiembre 9). EAM 09 09 2014. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=gJLbwQJ8nq8&list=PLxOYtU-Uaqs46RR25aURtcVltNy28eisN&index=4



Anexo #1

La efigie de Amando

Los acordes majestuosos del preludio heroico angustian al piano, como si este se sintiera vencido a su gran capacidad armónica ante la grandiosidad romántica de la obra; es que lo sacude un genio creador, dijérase un nuevo Rachmaninov, o un nuevo y joven Liszt tropical que brindara su inspiración precoz a un mundo que lo veía subir y petrificarse en la acrópolis a menos edad que el más joven de los héroes griegos.

Surge al conjuro estremeciente del "Preludio Heroico" la efigie de su autor, Amando Obando Jiménez, nacido con el siglo en la ciudad de Cartago, y muerto en la misma a la edad de veinticuatro años, en la languidez y desfallecimiento progresivos con que la muerte parece vengarse del genio, terminó sobre el teclado Amando Obando, maestro de música de sus condiscípulos, allá por los años quince. Al término de sus estudios de secundaria, dirigió sus grandes capacidades hacia el estudio de la música con logros extraordinarios, pero secretos, desconocidos, como ocultos en el laberinto modesto de su singular espíritu, aún hoy el barullo efervescente de nuestro movimiento artístico, nada sabe de lo que fue Amando Obando.

Oyendo su Preludio Heroico”  me parece una evocación de la historia de Roma, su “Barcarola” de acentuaciones fúnebres, su Melodía del Silencio  impresionante y que bien define su intimidad, su maravilloso Vals Patético que se dijera de un Brahms o de un Sibelius da la impresión de que el alma de Amando Obando no se preocupó por lo que daría a sus obras el tiempo, más bien murió contento y feliz por lo mucho que le regaló Euterpe.

Al fluir de las notas estiradas surge por fin el recuerdo de la efigie de Amando: sonriente con su melena romántica y su corbatín acapullado, así era el jovencillo a quien sí le entendíamos la música los escolares, así era él para muchos maestros del sonido, y para más de una dama empinada de la Cartago recién terremoto, así era él, joven soñador de las deliciosas veladas con guitarra, guitarra que parecía un piano. Esta es la efigie de Amando que dejó vibrando admiración y afectos en un rincón de la historia, la efigie del genio precoz que le ha merecido al tiempo el mármol solidario de un olvido grandioso. [2, 5]


Anexo #2

En memoria de Amando Obando

Prestigioso artista nacional fallecido el 15 de los corrientes en su ciudad natal de Cartago.


Nos ha llenado de dolor la nueva de que Amando Obando, el joven pianista cartaginés, positivo valor de nuestro grupo musical, dejó de existir ayer en Cartago.

Nunca como ahora la Muerte ha sido injusta y despiadada. Porque llevándose a Amando, ha acabado con un hombre lleno de ideales; nos ha quitado un verdadero haz de esperanzas para nuestro futuro artístico, y ha coincidido con la fe de un grupo de amigos y aficionados un brillante porvenir y deseábamos verle ya levantarse de aquel ambiente pobre e incrédulo, hacia el puesto a que ya era merecedor por su maravillosa destreza en el piano, que de haber sido conocida hubiera sorprendido a todos, pues Obando, al decir de varios profesores y personas más capacitadas que yo. que le oyeron, era ya un consumado artista, un verdadero pianista, y, lo que es más, hecho solo, a fuerza de sacrificios, milagro de tenacidad que sólo se explica en un hombre como él, todo ideal, todo amor a la música, todo dedicación al estudio. Y esta tenacidad ha sido precisamente lo que le ha matado.

Amando no salía de su casa a ninguna hora. Desde temprano hasta la noche se le podía ver siempre sujeto a un piano —un piano viejo y casi afónico que compró por cualquier cosa y que desarmó una y tres veces para estudiar su mecanismo— y no recibía más visitas que las de unos pocos amigos, todos músicos y la de sus familiares, todos también artistas. Porque la familia Obando es una familia de artistas.

Cuando yo le conocí, que fué en un año que pasé en aquella nebulosa ciudad, me entusiasmó tanto su manera de ser, su incansable afición al estudio, me maravilló tanto la dedicación de aquel joven que hablaba de la música y del arte con un entusiasmo arrebatador, que aparecía como iluminado por la luz de un ideal que ya era una realidad, que me dediqué también a estudiar y recibir sus lecciones con una aplicación desusada de mí, y cuya única razón era probablemente, el panorama que tenía a la vista, la contemplación de lo que puede la constancia en el estudio.

Amando Obando era desconocido hasta en el propio Cartago. Digo desconocido en el sentido artístico, porque físicamente sí se hablaba de él en todas partes, ya que su figura era rara e interesante: un poco alto, muy delgado, moreno, intensamente pálido, vestido siempre de negro, con una melena romántica que según él me dijo, se dejaba para disimular la forma un poco extraña de su cabeza, y una gran corbata negra de crespón.

Digo que Amando era desconocido y esto por su sóla voluntad. Una vanidad que era la promesa más segura de que iba a ser un gran artista. A Amando le ocurría lo que a todo genio: cuando más estudiaba, mejor comprendía lo poco que era y lo que le faltaba por hacer, y por eso rehuhía siempre tocar en público. Pero es preciso consignar que Amando era demasiado exigente consigo mismo. Lo que él deseaba ser se acercaba mucho a la absoluta perfección, y por eso despedía con una sonrisa desdeñosa a todos cuantos le insinuaban que diera un concierto, que bien lúcidamente podría haberlo hecho.

Pero no, Amando no buscaba aplauso. La aprobación de ese público que él con amargo sentimiento compadecía, ya que solo música ligera y vana era capaz de comprender, no era lo que le interesaba, y así, se encerraba dentro de sí mismo, y sólo la voz de un ideal y la suprema dicción de su conciencia escuchaba.

¿Qué le importaba a él el aplauso de los demás, si él mismo no había tenido antes la satisfacción de haberse aprobado a sí mismo?

¡Hermoso ejemplo de inteligencia y de valor intelectual en un siglo como éste en que todo es farsa y se aprecia más el bombo y los platillos que la consciente conformidad con el valor propio!

Obando era un enamorado de lo clásico y en su hermosa biblioteca musical, adquirida directamente de las casas editoras, por que lo que Amando buscaba no lo tenían las librerías de aquí por falta de compradores, no se podía haber encontrado el más pequeño asomo de música vulgar y fácil. Sufría amargamente oyendo las profanaciones que son el encanto del público de los teatros y de la generalidad de las gentes, y cuando alguno de sus discípulos, por cualquier descuido, se había apartado un poco del carril de su escuela y le pedía aprender un fox o cualquier otra frivolidad, con amarga sonrisa se negaba a ello y renunciaba a darle clases. «Eso viene después. —decía— Primero hay que construir, cultivar el sentido musical siguiendo el paso de los grandes maestros que son los únicos que enseñan. Hecho esto, adquirido el buen gusto y la destreza en los dedos, ¿qué esfuerzo va a costarles tocar esas fruslerías, si es que para entonces tienen todavía deseos de hacerlo?»

A más de profesor y virtuoso del piano, Amando era compositor, y algunas de sus composiciones, al decir de profesores que las conocen, son de positivo mérito. Son todas armónicas, como su vida misma, y de difícil ejecución. Quiera Dios que no se pierdan y algunos de sus amigos o parientes las den a conocer aunque éste es el único medio que nos resta para decir al mundo lo que Amando era y lo que hemos perdido con su temprana muerte. Cruel ironía del destino que hace el bien y siembra el dolor sin distinciones de ninguna especie!

Sean mis últimas letras en este pequeño recuerdo, que me inspira el sincero cariño que profesé al desaparecido para llevar unas palabras de consuelo a sus padres, parientes y amigos y cuantos admiraron a Amando y han visto rotas sus esperanzas de verlo surgir y alcanzar la alegría legítima que tanto merecía.


ARCASES

22 de noviembre de 1926. [1a]



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