Teas encendidas: una olvidada tradición navideña del periodo colonial
Teas encendidas: una olvidada tradición navideña del periodo colonial
He resaltado las PARTES MÁS IMPORTANTES EN NEGRITA
Teas encendidas
En un documento colonial de finales del siglo 18, conservado en el Archivo Eclesiástico de la Curia Metropolitana, encontré la noticia que durante los doce días que van desde la Natividad hasta la Epifanía, el duodenario, se acostumbraba rezar diariamente frente al portal.
Tal papel informa que al concluir el rezo, se servía un refrigerio en la siempre hospitalaria cocina, pues muchos venían de caseríos lejanos. Luego, las mujeres acostumbraban desfilar alrededor de la casa con teas encendidas, cantando plegarias para que los rayos, incendios y enfermedades no atacasen a la familia que los agasajaba. Al caminar rezando alrededor de la casa, se procuraba conjurar el mal, la hostilidad, para que los valores de protección de resistencia de la casa se traspasaran a los valores humanos.
Por su parte, los varones, llevando también teas encendidas, recorrían los campos cultivados derramando las cenizas entre las eras. ¿Por qué los labrantines del Valle Central recorrían con antorchas los campos cultivados?
Como costumbre popular, el recorrer con antorchas alrededor de la casa y en los campos cultivados era una supervivencia de creencias y prácticas que arrancaron con los fuegos solsticiales invernales, allá en Europa, y que supervivían como «ideas étnicas».
Sobre todo en el duodenario, la piedad popular inconscientemente continuaba dirigiéndose hacia las antiguas divinidades célticas, germánicas o mediterráneas que se fueron fundiendo en la mentalidad del ser europeo. Aquellos labrantines anhelaban promover el crecimiento de las plantas y librarlas de peligros aniquiladores.
Quizás esta costumbre y creencia llegó a Costa Rica desde la Provenza, pero transformada en el norte de España, o quizás llegó por la vía céltica que subyace en los extremeños. El desfilar con teas encendidas recuerda el trefoir que los provenzales llevaban encendido para proteger la casa de incendios y de rayerías durante el año, y para evitar a los moradores muchas enfermedades.
Hace años me contaba un anciano campesino de San Marcos de Tarrazú que antes, en su niñez, después del rezo de Navidad, se acostumbraba dejar un trozo del leño carbonizado en el bebedero de las vacas, con la creencia que esto les ayudaría a tener terneras.
Por último, me atrevo a pensar que las cenizas que dejarían los hombres al recorrer los campos cultivados salvarían a los trigales del añublo. El añublo es un hongo y ennegrece las espigas, con la consiguiente pérdida. Y esto debió ser muy importante para los labrantines de los valles de Curridavá, Santa Ana y Barva por ser el trigo de suma importancia en su economía. (Simbólicamente, la palma bendita del Domingo de Ramos suele ser trenzada a manera de espiga de trigo y es muy reputada también como protectora contra incendios, rayerías y enfermedades.)
Vestigios del desfilar con antorchas, rezando, aún subsisten en algunas comunidades campesinas. Se practica al atardecer del día de la Candelaria. No es raro ver a mujeres caminando alrededor del templo, rezando alumbradas por candelas benditas que habían sido encendidas con la lumbre del cirio pascual del Sábado Santo anterior. Estas candelas son guardadas con gran devoción para volver a encenderlas el día de la Candelaria o para conjurar los rayos durante la época de lluvias.
En conclusión, durante el siglo 18 costarricense la devoción del portal con su duodenario y el recorrido con antorchas fue un vivo elemento de unión familiar y social.
Referencia:
Ferrero-Acosta, L. (2003). La Navidad en Costa Rica, pp. 40-42. San José, Costa Rica: EUNED.
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