El origen de la costumbre de poner árboles de Navidad en Costa Rica
He resaltado las PARTES MÁS IMPORTANTES EN NEGRITA
Mas vengamos a Costa
Rica. Adentrémonos en nuestro pasado de finales del siglo 19, para
entender por qué se introdujo la costumbre del pino o del ciprés como árbol de
Navidad. Coincide esto con la introducción de las coníferas que hizo Mr.
Anderson, aunque a principios de siglo 20 hubo una campaña en contra, en la
cual Joaquín García Monge manifestó sus temores de que las coníferas
acidificaran demasiado el suelo y dañaran el equilibrio ecológico.
Durante las dos últimas
décadas del siglo 19, Costa Rica fue definiendo su vulnerabilidad periférica,
complementaria y dependiente. Primero, la economía inglesa con los empréstitos
para el ferrocarril al Atlántico, la Northern Railway Company. Luego, la
estadounidense con el cultivo del banano. Los norteamericanos impusieron
un enclave en la región atlántica, en el cual nuestra moneda tenía poco
valor por el predominio del dólar. Además, por la migración jamaicana casi ni
se hablaba español y se cambiaron casi todos los antiguos topónimos por otros
en inglés.
A finales del siglo 19
también bullía el deseo por la modernidad. Entre las consecuencias, se
puede señalar la laicización de la imagen como uno de los actos de
gobiernos liberales por formar ciudadanos. En vez de santos, los pintores
pintaban retratos de cafetaleros y políticos. Y entonces, se metió en la mentalidad
el proceso de secularización. Así lo destaca la Dra. Ana Cecilia Barrantes de
Bermejo en su obra “Buscando las raíces del Modernismo en Costa Rica”
(Editorial de la Universidad Nacional, 1995).
Por la desmiraculización
provocada por la ciencia y el Positivismo, la oligarquía liberal gobernante
propició la enseñanza laica. Con ello, se estimulaba el dejar de lado
prácticas religiosas. Entre ellas, la costumbre de montar portales.
Además, muchos cafetaleros solían viajar a Europa para transar la venta
del grano de oro y hacer compras, especialmente en Londres y Hamburgo. Allá vieron
que los germanos no tenían la costumbre de montar portales. Solían
adornar sus hogares con un árbol de Navidad. En sus ramas colgaban
galanuras rojas doradas, plateadas y confituras. En la cima, brillaba una
estrella. Sin duda, remembranza de la que en el santuario del dios Dionisos, en
Tracia, al amanecer del día del festival, aparecía sobre un pino en señal de
que el dios concedía abundante cosecha.
Y la presencia en
Costa Rica de ingleses, norteamericanos y alemanes incitó a muchas familias
nuestras a imitar la costumbre de colocar un árbol de Navidad, por
considerarlo signo de modernidad. Esto provocó un conato de polémica
en cuadros costumbristas. No recuerdo si fueron publicados en 1889 ó 1899.
Los defensores del árbol
manifestaron la urgencia por modernizarse. Dijeron que la
costumbre del portal era exclusiva de patillos (es decir, campesinos)
y de "gente de medio pelo" (una incipiente clase media). Por
consiguiente, se expresaban prejuicios de distinción de rango social para no
querer escuchar su voz, menos pretender formar parte del "pueblo", es
decir, según ellos lo entendían, aquellos que no pertenecen a los poderosos, a
los de "arriba".
No pude hallar tales
cuadros costumbristas (*). Quería documentar ese
momento de la lucha "identidad cultural versus modernidad
transculturante". En aquellos años, se creía que este mundo es un
fandango, y el que no lo baila es un tonto. Y por estar íntimamente
vinculados con los intereses norteamericanos o ingleses, -pues muchos eran
empleados de las bananeras de Mr. Minor C. Keith o de la Northern Railway Co.-,
siguieron el consejo popular: "A donde fueres, haz lo que vieres". Es
decir, para complacer o congraciarse con sus patronos, copiaron la costumbre
del árbol de Navidad.
Primeros árboles
No encontré los cuadros
de costumbres, pero la suerte me favoreció. Comprobé la introducción del árbol
de Navidad en Costa Rica en el capítulo VII de la novelina “Hijas del campo”,
de Joaquín García Monge, publicada en 1900. Ahí leo que Melis,
uno de los personajes e hijo de un cafetalero, desprecia el portal.
Cuando asistía a la misa de Nochebuena en Desamparados, hablando con un amigo, así
se expresa:
"Habrá un curioso
arbolito de Noche Buena, es decir, un ciprés con el ramaje iluminado por
candelitas de colores, como adorno unas bombillas de cristal pendientes de
hilos de plata o dorados; a las doce en punto, se repartirán cajas de dulces,
bolas de hule, trompos de lata, muñecas, carretoncillos y un mundo caballar y
bovino, que constituye la honda delicia de los niños; habrá, en fin, una
fiesta culta, civilizada y no esas bárbaras escenas que estamos viendo y con
las cuales un pueblo católico conmemora el nacimiento de Cristo".
Querido lector: toca a ti
interpretar las palabras de Melis. Empero, la costumbre de adornar la sala
con un árbol de Navidad fue desplazando al portal en muchos hogares de la clase
media. Precisamente la llamada "gente de medio pelo".
Muy lenta era la
penetración cultural y la costumbre del árbol de Navidad, pero empezó
a generalizarse después de 1950. Sin embargo, el proceso transculturante
se universalizó con la televisión, para estimular el consumismo de tanta
chuchería que brilla en los escaparates de tiendas en víspera de Nochebuena.
Chucherías que se colocan al pie del árbol para regocijo de los niños.
Chucherías que mueren cuando el nuevo día no ha llegado al ocaso. Hoy día, el
árbol de Navidad es un gran negocio que pone en circulación millones de
colones.
Y con ello, también se
ha llegado al ridículo de disfrazar la naturaleza tropical. Muchas damas
esnobs de los agringados Garden Clubs, en vez de ciprés o pino, cubren hojas
de itabo con nieve artificial. Son las preciosas ridículas. Jesús era casi
beduino y Belén es zona tórrida, pedregosa, casi desértica. ¿Qué tiene que ver
la nieve? Y para colmo, las preciosas ridículas a veces suelen colgar de la
rama de itabo unos robustos renos. ¡Claro está!, no falta un san Nicolás, a
veces mezclado con la Sagrada Familia que, en diminutas figurillas, suelen
colocar al pie del árbol.
Reaccionando contra la
costumbre del árbol de Navidad que es pérdida de
nuestra identidad, en los últimos años muchísimas familias han vigorizado la
costumbre de montar portales a la manera tradicional costarricense.
¿Hay que conservar la
costumbre del árbol de Navidad? ¿Es necesario que el árbol de Navidad sea hoy
la implacable negación del portal de ayer? ¡Ah! ¡Cuántos ayeres perdidos que
quisiéramos recuperar!
Y como dice un poema de
Valle Inclán, cierro estos recuerdos que he compartido contigo querido lector:
San
Serenin, padre maestro,
como los ríos a la mar,
todas las cosas en el
mundo
hacen camino sin final.
Y el ave y la flecha y la
piedra
son en el aire eternidad.
Nota:
*En
las páginas 43 y 72 de “La Navidad costarricense: crónicas, ensayos y
villancicos” pueden encontrar dos crónicas que referencian el árbol de Navidad:
https://drive.google.com/file/d/1QhzOIUbdYybQyFz8nRq9m11_edOn1Wc8/view?usp=sharing
Referencia:
Ferrero-Acosta, L. (2003). La Navidad en Costa Rica, pp. 111-115. San José, Costa Rica: EUNED.
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